Ricardo Montecatine
Presidente de la Federación Andaluza de Ajedrez
El escritor y periodista Fred Waitzkin, satisfecho por el triunfo de su hijo Josh en el Campeonato de Estados Unidos de 8 años, decidió narrarlo en un libro que tituló En busca de Bobby Fischer. Era inevitable que la publicación de un libro sobre un niño de 8 años afectase al propio niño. Pero podría decirse que los daños fueron controlados. Joshua Waitzkin prosiguió se carrera ajedrecista y, en 1993, había vencido ocho veces en el Campeonato de EE.UU. de su respectiva edad y había rozado el título mundial juvenil. Una derrota en la última ronda cuando le bastaban las tablas había sido la causa.
Josh había nacido en 1976. La película Innocent moves, o En busca de Bobby Fischer en España, fue emitida en 1993. El guión comienza el día que Josh cumple siete años y finaliza cuando se proclama Campeón de EE.UU. con ocho. Es decir, en 1984. En 1993, al proyectarse la película, la prensa se cebó en ese joven de 17 años con una prometedora carrera ajedrecista que ya era M.I. (Maestro Internacional) pero que aún no era G.M. (Gran Maestro Internacional). Ya saben lo que puede conseguir la prensa, incluso ensalzándote. Qué bolígrafo usas, qué opinas de esto o aquello… En resumen: ¿Lograrás recuperar el título mundial para nuestro país?, ¿lograrás ser el sucesor de Bobby Fischer?
Un entendido en ajedrez sabe que, con 17 años, Bobby Fischer estaba ya entre los mejores jugadores del mundo. No logró proclamarse Campeón Mundial con 26 años porque él mismo se apartó de la carrera por el título, pero sí lo logró con 29, en 1972, en Reykjavik y ante el soviético Boris Spassky.
Un jugador, como Josh, que con 17 años aún no había logrado el título de GM, sencillamente no estaba en el camino de ser aspirante al título mundial. Bobby Fischer vivó por y para el ajedrez y persiguió con ahínco la victoria en cada partida –a cualquier precio legal– para llegar a la meta de su vida: ser Campeón Mundial.
Los periodistas que acosaron a Josh probablemente no comprendieron la esencia de la película: que Josh se rebelará ante esa idea de triunfar a toda costa que su entrenador quiere inculcarle. Era obvio que Josh no podía aceptar el sagrado deber impuesto de sustituir al mítico Bobby Fischer. Un año después Josh se retiró del ajedrez. Dijo que, tras la película, perdió su amor por el ajedrez. Cinco años después ganó el mundial de Tai Chi Chuan. En los años siguientes siguió acumulando títulos de EE.UU. y mundiales de este arte marcial.
En el inicio de la película se describen aceptablemente los prolegómenos del match Fischer-Spassky del 1972 en Islandia. Bobby se negó a disputar el título si la bolsa de premios no era incrementada. Se negó a tomar el avión y el inicio del match tuvo que ser pospuesto unos días. Es cierta la intervención de Kissinger para convencerle, pero no es cierto que él viajase por eso. El mecenas inglés Jim Slater dio dinero para subir la bolsa y Bobby cogió el avión…
¿Pesetero?, ¿avaricioso? A lo largo de su vida Fischer siguió un código ético que le impulsaba a reclamar una mayor dignificación de su profesión. No sólo reclamaba mejores premios, sino también mejores condiciones de juego (iluminación, por ejemplo). Y no sólo para él, también para sus colegas. Sus posturas eran radicales. O se respetaban sus reclamaciones o abandonaba el torneo. Los organizadores realmente le temían. ¿Cómo acusar de eso a Fischer, cuando en 1975 se negó a defender el título pese a existir una bolsa de 300 millones de pesetas, diez veces más que en Islandia?
A mi juicio está bien construido, en el inicio del film, el contraste entre la inocencia del niño (realmente Max Pomeranc tiene una mirada genuinamente inocente) y la picaresca de los jugadores del parque, de Washington Square. Son pícaros, no tramposos. No sólo buscan la victoria con sus jugadas sino también con sus palabras y gestos. En ocasiones no utilizan un ajedrez ortodoxo sino de amenazas a corto plazo que dan resultado ante rivales poco expertos.
Por cierto, el ajedrez siempre ha tenido una fuerte presencia en la cultura judía y muchos grandes jugadores del XIX y del XX lo eran. Ello implicaba con frecuencia el cruce de pequeñas apuestas de dinero. Muchas películas han tocado el tema del ajedrez en la historia del cine. Abunda la visión distorsionada y los tópicos de excéntricos, de gente inteligente desequilibrada. El ajedrecista con un talento equilibrado, como es el caso de Josh, nunca ha interesado. Por eso esta película es, a mi juicio, una de las que más respeta la temática ajedrecística. La semejanza con Bobby Fischer se cultiva en varios momentos. Por ejemplo, la madre de Fischer también creía en el talento de su hijo y terminó logrando que recibiese clases en un club de ajedrez newyorkino. En la historia del ajedrez hay varios casos de niños prodigio de los que se dijo que aprendieron a jugar viendo a adultos y sin que nadie les enseñase los movimientos. Posiblemente el caso del excampeón mundial cubano José Raúl Capablanca es el más conocido. La película recoge ese mito para Josh y nos muestra a un padre sorprendido que no se lo cree hasta que logra disputar una partida con él. Otro detalle usual en la historia ajedrecística de los prodigios es presentar el fuerte contraste de un niño que apenas llega sentado a la mesa derrotando a todo un sesudo adulto.
En esa primera partida entre Josh y su padre (Joe Mantegna), el hijo se deja perder. De esta forma el guión recoge una curiosa teoría del G.M. y psicólogo americano, Reuben Fine. Fine publicó en 1956 Psicología del jugador de ajedrez. Siguiendo las teorías freudianas sostuvo que el impulso básico del jugador no es la agresividad inherente al resto de deportes de competición, sino el parricidio. Dicho de otra forma, Fine, alude a la contienda afecto-hostilidad de la relación padre-hijo e indica que en el ajedrez el padre sería el rey rival. De ahí que Josh no desee matar a su padre.
Otra frase famosa de Fine es que la índole matemática del juego confiere al ajedrez un peculiar carácter sádico-anal. Y luego introduce el concepto homosexual en su razonamiento… Dicen que las teorías freudianas han sido superadas. No puedo pronunciarme al respecto, pero debe reconocerse que Fine fue de los primeros que trabajó en la búsqueda de las diferencias entre los ajedrecistas y las demás personas.
Puede sorprender al no iniciado que un jugador juegue sin ver el tablero. Es lo que Josh hace mientras su padre juega con él en las siguientes partidas. Los ajedrecistas calculan ante el tablero posiciones futuras que no están viendo. Por ello desarrollan esa habilidad de forma natural. Es sólo una pequeña especialización que no tiene especial mérito. Otra cosa es dar una simultánea jugando a la vez con 5, 10, 30 ó 50 jugadores con los ojos vendados.
El padre lleva a Josh al Metropolitan Chess Club de Nueva York y allí comenzamos a conocer a la variopinta fauna ajedrecística. El famoso escritor y entrenador Bruce Pandolfini fue efectivamente el primer profesor de Josh. Ya era un entrenador afamado, pero Waitzkin le dio mucha más fama. Años después Josh cambió de entrenador y parece ser que su carrera se resintió por ello. El actor Ben Kingsley, que no se parece físicamente en nada a Pandolfini, desarrolla a mi juicio muy bien el papel de entrenador de ajedrez. Está bien narrado el proceso de motivación mediante puntos o títulos, algo común a todos los deportes. Cinturón de colores en judo por ejemplo. Que en el parque Washington Square fuese conocido como el joven Fischer da pie al título del libro del padre.
Por cierto, es verdad esa diferencia entre el ajedrez rápido y de pícaros del parque y el ajedrez lento y reflexivo de un torneo. Es correcto que el entrenador quiera apartarle de allí, de esas partidas en la que se desarrolla prematuramente a la Dama para forzar trucos ante rivales de menos nivel. Cuándo Kinsgley pide que no juegue con los pícaros del parque, inmediatamente aparece la reacción de un padre con objetivos deportivos que lo acepta, y de una madre (Joan Allen) con objetivos de felicidad para su hijo que lo rechaza. Un buen momento del guión. El gesto de Josh de regalar sus golosinas a su primer rival derrotado en el club ya sienta las bases de no desear ser un killer del tablero. Más adelante la madre reforzará este concepto con una frase significativa: No es débil, es noble; ese es el dilema de la película.
Varios ajedrecistas aceptaron aparecer en la película: el GM Shirazi juega en el parque ante Vinnie (Laurence Fishburne) o se ve a los GM Joel Benjamin o Román Dzindzidasvhilli en un torneo. En cambio creo que el excéntrico Hoffman, el que tal vez gane dos mil dólares al año en premios, es un actor, aunque hay algún caso similar en el mundillo ajedrecístico. En el fondo todos esos personajes son, de alguna forma, imitadores de Fischer. El arte, en su esencia última, es el dominio excelso de una técnica. Por eso, para el entendido, el juego de los mejores ajedrecistas de la historia es bello, es arte.
Cuando la federación andaluza organiza su campeonato de menores, cinco torneos entre los 8 y 16 años, suelen participar unos 350 menores de 16 años y unos 500 acompañantes. Lo que se ve en la película sobre el comportamiento de los padres no es exageración, aunque hoy en día no es necesario expulsar a los padres de la sala, directamente no se les permite entrar. En todo caso, cinco minutos previos para sacar fotos y luego se retiran y empiezan las partidas. Es exagerada esa especie de cuasi cárcel en la que están los padres. Lo usual es que estén en el bar, paseando, leyendo, con portátiles… Es cierto que si existe alguna rendija que permita ver algo de la sala, algún que otro padre lo aprovechará para combatir su ansiedad. No es lógica esa reacción de los chicos aplaudiendo al ser expulsados sus padres. Su fuerte dependencia lo impide pero sí es cierto que, al no estar presentes, se sienten menos presionados y pueden dar rienda suelta mejor a su creatividad. También es cierto que hay un porcentaje de padres racionales y otro porcentaje de padres –o entrenadores– subjetivos, antideportivos o que castigan o regañan a sus hijos en la derrota. El momento de la reunión bajo la lluvia tras perder en siete jugadas es otro detalle de calidad del guión. Papá ¿por qué te alejas de mí?
Lo salva la reacción responsable del padre. Muchos padres creen a sus hijos unos genios en el deporte en el que empiezan a destacar, da igual la disciplina deportiva. También algunos olvidan otros aspectos de su educación. La película se preocupa de reflejar estos estereotipos. En los deportes individuales los resultados deportivos van situando a las familias en la realidad. En cambio, en los deportes colectivos este momento de comprensión objetiva del nivel deportivo del hijo, se retrasa algo porque descargan ciertas culpas en un árbitro o un entrenador.
Está bien planteado el enfrentamiento entre los dos jóvenes rivales, Jonathan Poe (Michael Nirenberg) es el killer del tablero que dejó de ir al colegio, como Fischer. Josh, es, como dije antes, el talento con equilibrio, algo así como Magnus Carlsen, el actual campeón mundial. Josh, como es lógico, se atenaza ante la responsabilidad. Quizás sea mejor no ser el mejor dice Así, si pierdes, no pasa nada.
Precisamente, está muy bien que en la siguiente escena a esta frase se vuelva a hablar de Fischer para decir que, tras proclamarse Campeón Mundial, no disputó ni una sola partida oficial más. Sólo un match medio amistoso contra el mismo rival veinte años después. En definitiva, una vez lograda la meta de su vida, no logró enfrentarse a la posibilidad de perder el título.
El desenlace de la partida decisiva en el campeonato americano es un final lógico para el film. Antes de esa partida final las piezas del puzzle comienzan a encajar: el profesor entrega de corazón el diploma prometido y están presentes en esa partida el profesor y el amigo del parque, es decir, las dos corrientes que lo formaron como jugador. Ese cruce de miradas retadoras antes de empezar lo he presenciado muchas veces en jugadores de esta edad. Es una consecuencia del trabajo de autoafirmación de los entrenadores, una forma de pulso psicológico para debilitar la confianza del rival. En cambio, desentona a mi juicio el paga o pego en boca de Josh al obtener ventaja. No es el perfil que se ha desarrollado en toda la película. Tampoco es ajedrecísticamente lógico ese diálogo entre ambos y ese ofrecimiento final de tablas por parte de Josh, cuando sabe que tiene posición ganadora. Un ajedrecista de ese nivel desea ganar –o no habría llegado nunca a ese nivel– y no puede dejar pasar una ocasión tan importante o decisiva para ello. De hecho no existe el título compartido. Hay sistemas de desempates para que haya siempre un campeón único.
Al margen de la película, quería comentar que desde los años setenta se han realizado en muchos lugares del mundo estudios sobre el aprendizaje del ajedrez en edades tempranas como herramienta pedagógica.
El modus operandi debe ser:
No todos esos estudios se realizaron siguiendo estos criterios tan importantes para que los resultados no salgan sesgados. El sesgo siempre está presente si permitimos que los alumnos interesados en ajedrez estén en el grupo de ajedrez. Los grupos deben ser aleatorios.
El balance general de la inmensa mayoría de los tests refleja que los alumnos que aprenden ajedrez mejoran más en muchas aptitudes. Pero no solo en el desarrollo del pensamiento lógico formal, en la capacidad de concentración o en la de resolución de problemas, como podría esperarse, sino también en aspectos como la comprensión lectora. Algo que inicialmente sorprendió. Todo ello llevó a la UNESCO, en 1995, a recomendar su inserción en los sistemas educativos. En ese mismo año también lo hizo el Senado Español (en una de esas proposiciones no de ley en la que todos los grupos votan a favor, pero ante las que el gobierno de turno nada hace). Ya en 2004, la Comisión de Educación del Parlamento Andaluz también lo recomendó con el mismo éxito. En 2012 lo hizo el Parlamento Europeo. Para todo esto se necesita que los gobiernos gasten dinero en formar a sus profesores y eso rara vez sucede. Algunas autonomías están más concienciadas que otras.
La edad ideal para esto es la Primaria cuando el cerebro del alumno se está formando. Una de las experiencias más interesantes se ha desarrollado en Alemania, en Hamburgo y ciudades cercanas. Una de las horas semanales de matemáticas fue sustituida por ajedrez y luego se analizaron los efectos en esos alumnos y en los que no hacían eso. Las conclusiones fueron contundentes y el número de centros y de alumnos con ajedrez y matemáticas ha ido creciendo.
En todo lo anterior no estoy hablando de ajedrez de competición federada, sino de enseñanza escolar y, como mucho, de competiciones escolares.
Realmente creo que las federaciones deben entrar más en los colegios pero no para buscar futuros jugadores federados, sino para difundir los valores pedagógicos de su aprendizaje y para ir concienciando a nuestra sociedad. No debe importar que muy pocos de esos alumnos pasen luego a federarse.