Vicente Pérez, maestro de trashumantes. Hombre bueno e inteligente con mirada intergeneracional.
María Ruiz Sastre
Fotografías: Pedro Latorre Macarrón
La yegua Romera o Ramona es una percherona utilizada para llevar el redil de cuerdas y estacas con el que cerrar al ganado por la noche al aire libre. Sobre ese lío de cuerdas permanezco durante varias horas. Desde
ese momento siempre le tuve una gran consideración a la yegua y cuando murió, después de muchos años, lo sentí de veras). La marcha continúa por el Antiguo Camino Real de Ausejo al Puerto; pasamos cerca de La Estepa de San Juan y no mucho más allá se divisa el pequeño pueblo de Ausejo de la Sierra. Durante el recorrido no hemos visto un alma. Ausejo es el final de nuestra primera etapa y de los primeros 25 kms. A pie de carretera está
la antigua fonda donde los Pérez suelen dormir en estas ocasiones, guareciéndose así del mal tiempo; cerca se monta el redil donde encerrar al ganado a cuyo cuidado quedan los perros. En la fonda pregunto dónde está el baño y me dicen que no hay; después de todo un día aguantándome por el frío y la nieve, acabo bajándome los pantalones en las antiguas cuadras.
Rosa, la mujer de Josete, se ha acercado hasta Ausejo y al ver nuestro estado, toda la ropa y las botas mojadas, nos propone ir a su casa, coger ropa seca y dormir al abrigo de su hogar... Ni qué decir tiene, el caso que le hacemos. Al día siguiente, me visto de ella que además me deja un impermeable azul con capucha porque la nueva mañana sigue con lluvia. Rosa nos lleva a primera hora a las proximidades de Ausejo donde nos encontramos con nuestros amigos pastores. Lo primero que veo al aproximarme es que la yegua Ramona lleva encima dos corderos recién nacidos.
Vicente los ha colocado dentro de una alforja con una de las patas delanteras y la cabeza fuera para que no se introduzcan al fondo y así evitar que se asfixien. Las madres de los recién nacidos van andando pegadas a la grupa de Ramona para no perder de vista a sus pequeños y yo contemplo la escena con mucha emoción.
Desde Ausejo hasta Soria apenas nos separan 20 kms y hasta Garray el cordel discurre muy cerca de la carretera, sin dificultades orográficas. Su trazado es limpio y, aunque no se ha respetado la anchura que la Mesta estipuló, es fácil que alcance los 20m de ancho. Es un nuevo día y aún cansados por el esfuerzo del día anterior, la jornada de hoy nos resulta más ligera. La lluvia es molesta, pero el frío ha remitido. En el cruce con Buitrago aparece Pedro, otro profesor del instituto y hermano de Josete, que viene a acompañarnos para fotografiar el trayecto. Sus fotos son hoy un grato recuerdo y recogen, entre otros momentos, la mirada curiosa de Vicente, el trabajo de sus hijos con los corderos recién nacidos o los momentos de risa que tuve con Silvano.
Para remontar Garray cruzamos el Duero y el Tera por el puente, de forma que cortamos la circulación rodada. Atravesar un pueblo habitado y ver los coches parados mientras avanza el rebaño, es la primera señal de que no estamos solos y de lo que se nos avecina en Soria. La gente nos mira y pienso que no tanto por ver dos mil ovejas juntas, sino porque no se entiende bien la figura de los urbanos en medio de aquel ejército. Ricardo me llama para decirme que una oveja se ha tumbado para parir. Asistir a aquel parto y ver la ternura con que Vicente contempla la escena me conmueve. Pienso en la de miles de partos que habrá visto ese hombre curtido con más de 60 años a sus espaldas y que, sin embargo, sigue siendo sensible ante una escena tierna. Yo tengo 17 años y ver ese rostro color cetrino, lleno de arrugas, y con los ojos humedecidos, me pone la carne de gallina. Hay nueva vida, pero el rebaño no puede pararse; cogemos al cordero recién nacido y con los otros pasa a las alforjas de la inmutable Ramona.
Entre Garray y Soria lo que se recorre es íntegramente la Cañada Oriental Soriana. En ella y después de dejar a la izquierda el cerro donde se enclavan las ruinas de la ciudad celtibérico-romana de Numancia, hay un tramo en el que se cruza la finca del Arenalejo junto al Duero; es un recorrido muy agradable que discurre entre pinos. Desde hace un tiempo vienen oyéndose las esquilas de otro rebaño que viene detrás de nosotros. Son unos trashumantes de La Aldehuela con quienes los Pérez han concertado este año el tren especial de RENFE. Aminoramos la marcha y dejamos que nos alcancen. Las charlas con unos pastores y otros se animan, hay bromas entre todos, preguntas y también muchos silencios; no son estos trashumantes gente que pierda el tiempo en hablar más de la cuenta.
Hacemos un alto para la comida, pero al estar todo el campo empapado tomamos mayormente un bocao y de pie. Algunos de los hombres encienden puros. Soria se divisa cerca y con ella es cuando se supone comienza nuestra labor: hay que cruzar la carretera nacional 111 y hay que cortar el tráfico. Nos vamos poniendo a uno y otro lado de la carretera para crear un paso por donde crucen seguros los dos rebaños. En general los conductores son respetuosos; si son sorianos conocen de sobra esta circunstancia y los que vienen de fuera aprovechan para hacer fotos. Los de grupo del instituto somos los que más explicaciones damos a los curiosos, mientras los auténticos merineros desfilan con orgullo y solemnidad. Entramos en Soria. A su paso por la ciudad, la cañada pasa delante de la cárcel y por las calles Tejera, Campo, Ferial, Alfonso VIII y Mariano Vicén. A mí me parece todo un espectáculo ver cómo discurre el paso del ganado; el rebaño se alarga como un cordón interminable y mientras uno va en la cabecera todo lo que queda a tu espalda son ovejas mojadas que van apretando el paso. Se produce un cierto caos circulatorio porque la preferencia del rebaño es incuestionable. Vicente llevando por el ronzal a Ramona cargada con los corderitos cierra el paso y lo hace con autoridad, detrás de él a una distancia prudencial se ve llegar al otro rebaño. Es la hora de salida de los colegios y muchos niños se agolpan para ver el paso de las merinas. A los espontáneos que presumen saber el número de ovejas que llevamos nunca les damos la razón; si dicen 500 decimos 1.000 y si dicen 1.500 decimos 300. Para los ajenos es muy difícil calcular con exactitud el número de cabezas en movimiento.
Delante de la oficina de mi padre, está él con mi madre saludándonos y yo me lleno de orgullo. Gente conocida se pregunta qué hacemos nosotros con esos pastores, porque en una ciudad tan pequeña todos saben que ni los profesores ni yo tenemos ganadería alguna; y ahí está el intríngulis...
De pronto se intuye la estación; cruzamos la avenida de Eduardo Saavedra y entramos por el acceso superior. Cuando cruzamos esta última avenida la noche se nos está echando encima, pero nos felicitamos por haber logrado cruzar Soria de día, porque en otras ocasiones han tenido problemas con la circulación y alguna oveja ha muerto atropellada. En la estación, RENFE tiene habilitados unos corralones donde encerramos el rebaño para pasar la noche. Alguien hace una hoguera y poco a poco todos nos vamos acercando a calentarnos y tomar un café caliente que llevamos en termos. Es el final de mi aventura; dos días en pleno campo, con nieve, frío y agua y mucha responsabilidad porque el ganado llegara a salvo. Vicente, sin tener necesidad de ello, nos agradece la ayuda y dice que recordará que unos profesores y una chica les han acompañado por primera vez en la trashumancia.
Ya es tarde cuando cada uno de nosotros regresa a su casa y los pastores a la de un familiar a descansar, porque todavía nos queda la última jornada de trabajo.
Al día siguiente y de nuevo muy pronto, comienza el embarque del ganado. Puedo asegurar que lograr que un rebaño de ovejas empapadas se introduzcan apretadas en los tres niveles de un vagón de tren es una odisea. Se colocan rampas de madera en las puertas de cada vagón y con la ayuda de una cachaba, de los perros carea y de la experiencia de los pastores se logra el reto.
Es una larga mañana de trabajo para muchos; yo reconozco que lo más que he hecho ha sido contemplar la escena desde el alto de una valla y servir café, anís y pastas a los pastores.
En un vagón junto a los perros y la yegua, se acomodan los tres hermanos. Al mediodía el especial está listo para partir a Trujillo. Nosotros nos despedimos de ellos y quedamos emplazados para su vuelta en junio, en plena primavera soriana.
Mi bautizo merinero se ha cumplido con éxito; me he cansado, emocionado y, sobre todo, he aprendido mucho sobre el campo y, especialmente, sobre la amistad. Mi primera trashumancia ha dado pie a una amistad con los Pérez que dura ya más de 25 años, a pesar de que Vicente y Generosa se nos fueron hace unos años.
Nota: desde entonces y hasta 1994 he estado trashumando con los Pérez distintos tramos de la cañada, aunque nunca he vuelto a hacer los dos días completos. En noviembre de 1994 realizamos el último viaje trashumante andando, cuando RENFE –unilateralmente- suspendió el servicio de trenes especiales; desde entonces los pocos trashumantes sorianos y riojanos que quedan hacen el recorrido en camiones; entre ellos, los tres hermanos Pérez que continúan yendo a Trujillo.