Julián Marías y Dolores Franco.
Maite Flores González
Hoy hace cien años del nacimiento de Julián Marías. Sin embargo, según el propio Don Julián, su verdadera vida comienza hace setenta y tres, a sus veintisiete años. Incipit nuova vita nos dice en sus Memorias cuando va a casarse con Lolita, en una extraña boda en latín. Todo lo anterior es… el prólogo.
Ese es el verdadero comienzo, el momento en que logra verse a sí mismo como quien es, como esa imagen finita de la infinitud o criatura amorosa que definirá más adelante. La persona es quien acumula su realidad -sin perder nunca sus experiencias radicales- y al remansar su vida que está fluyendo, consigue trascender del sentido del tiempo, del carácter sucesivo y fungible de la vida. Es quien la llena de tensión interna, extendiendo resortes invisibles que condensan la temporalidad -su pasado, su presente y su futuro- en cada momento.
La felicidad transfigura la vida entera, la envuelve y le da un sentido nuevo. Esos veintisiete años son un presente amoroso y feliz que envuelve un futuro ilusionante y un pasado que revela entonces su sentido.
La voz de Julián Marías es maravillosa en todos sus escritos, y en pasajes tan sencillos como éste de sus Memorias -al principio de su matrimonio- de forma única. Una voz incomparable, insustituible que distinguió las voces de los ecos y eligió ser voz. Es la que podemos escuchar aún viva en el legado de su obra como una llamada a nuestra autenticidad. Y si aguzamos el oído, yo creo que aún más viva y más clara es la que sigue participando de alguna manera en nuestra vida, rezando por nosotros desde su otra vida -esa sí- la más verdadera y suya.